Por Javier Antoñanzas del OS2O Alpine Team

Es agosto, tiempo de vacaciones, momento ideal para alejarse de las fronteras pirenaicas, objetivo de tantas incursiones de fin de semana, y de ponerse rumbo a los Alpes. En esta ocasión mi compañero de fatigas es Chema Galve, con quien ya he compartido numerosos largos de cuerda y largas sesiones de risas.

Se pronostican 4 días de buen tiempo y decidimos conducir toda la noche hasta Chamonix para aprovechar al máximo la ventana. Al llegar al valle a media mañana comprobamos de nuevo la meteo y para nuestra sorpresa la han modificado, la ventana es ahora ventanuco y un pertinaz foehn azota las alturas…toca cambio de planes. ¡Con tantas prisas que teníamos y ahora nos sobra todo el día!

En vistas de una meteo revuelta decimos subir a escalar a la Aiguille de Blaitière, en el entorno de las agujas de Chamonix. Pensamos que sería buen entrenamiento subir andando hasta Plan de Aiguille en vez de coger el abarrotado teleférico. La subida de algo más de dos horas se amenizaba con las constantes paradas para atiborrarnos de frambuesas primero y arándanos después, hasta llegar a terreno rocoso donde ya apenas crecía vegetación, en las inmediaciones del Lac Bleu. Encontramos un bloque gigante que nos ofrecía un sitio de vivac privilegiado. De allí partimos, ya solo con el material de escalada, a la que sería nuestra primera escalada del viaje, la vía Majorette Thatcher.

La vía Majorette Thatcher surca un marcado pilar rojo, que recorre durante 180 metros, y sigue un sistema de fisuras continuo.

Empotres de todos los tamaños, desde dedos hasta puños, nos depositan en la cima del pilar y, ya con las últimas luces del día, emprendemos el regreso a nuestro vivac, con unas vistas inmejorables.

Para el día siguiente teníamos reservada una vía de la que habíamos oído hablar muy bien, la Fidel Fiasco (350m, 6c+) a la Aiguille de Blaitière. La vía recorre un sistema de fisuras-diedros magnífico, interrumpido por cortos tramos de placa. Cortos, pero matones, donde hasta la más mínima brisa puede despegarnos de la pared…

Fidel Fiasco a la Aiguille de Blaitière

En los últimos largos nos envuelve una densa niebla, dotando a la ascensión de un carácter más mágico, aunque trunca nuestra idea inicial de continuar por la arista hasta la cumbre de la aguja.

Descendimos con las últimas luces del día y nos quedamos una noche más en nuestro vivac.  No habíamos contado con esta última noche por los altos, por lo que a una frugal cena apurando todos los restos de comida que encontrábamos por los bolsillos siguió un inexistente desayuno a la mañana siguiente. Durante las dos horas de bajada fuimos diseñando el desayuno definitivo, que disfrutamos a la hora en que los franceses toman el “repas”.

Con el estómago bien lleno fuimos a la Maison de la Montagne a comprobar la meteo. Se pronosticaba lluvia para el día siguiente, que se disiparía a la tarde para dar lugar a un bello día soleado en dos días. Después, entraba una fuerte borrasca que duraría toda la semana. Después de barajar distintas posibilidades nos decantamos por subir el Grand Dru por su cara sur, ya que la cara oeste (objetivo inicial del viaje) y la norte se caen a pedazos en estos días de calor.

El domingo a mediodía salimos un tanto dubitativos del coche, pues llovía sin parar y nos dirigimos, incrédulos, hacia el refugio de la Charpoua.

La lluvia que nos había acompañado hasta las escaleras de acceso a la Mer de Glace se fue disipando hasta dar lugar a un despejado atardecer. Nuestra motivación poco a poco se iba recuperando y la idea de poder escalar al día siguiente cada vez era más real.

El entorno del refugio de la Charpoua, que se encuentra en un mirador privilegiado hacia el Mont Blanc y Envers de Aiguilles, nos enamoró.

Mont Blanc y Envers de Aiguilles desde el refugio de la Charpoua

La vía elegida era la Contamine a la Sur del Gran Dru, 700m y con dificultades de hasta V+. Al día siguiente comprobamos que los V+ bien se podían recotar a 6b… Recibimos valiosos consejos tanto de la guarda del refugio como de un guía que allí se encontraba sobre la vía.

La ruta supera 4 muros, entrecortados por repisas, debiendo poner especial atención en los dos últimos pues son difíciles de seguir y numerosas cordadas se pierden allí, según nos dijeron. Tomamos algunas fotografías de la parte superior para orientarnos mejor y con las últimas luces fuimos a reconocer la travesía de acceso sobre el glaciar, que se encontraba bastante abierto, para así de madrugada no despistarnos demasiado.

La alarma sonó a las 3.30 y antes de las 4.30 ya estábamos emprendiendo el camino hacia el glaciar. Una potente luna llena dejaba en ridículo la luz de nuestros frontales.

Espectacular aproximación

Las primeras luces del día nos encontraron en las fisuras iniciales, que aún nos requirieron algún bufido para superarlas. El ambiente y el compromiso nos envolvieron rápidamente, perdiendo la noción del tiempo y de los metros escalados. Los largos de cuerda se sucedían con algún tramo a ensamble.

Las dudas afloraron en la segunda mitad de la vía, menos equipada y que requería buenas nociones de orientación. Cada clavo que encontrábamos lo celebrábamos como un encadene, a pesar de que algunos de ellos salían fácilmente con la mano. Finalmente, llegamos a la arista cimera y, ya sin complicaciones, nos plantamos en la cumbre.

La temperatura era ideal y no encontramos mejor manera de celebrar la ascensión que comiéndonos una lata de sardinas, de la que dimos buena cuenta, no solo del pescado, sino también del aceitillo, que sorbimos como si de la más refrescante cerveza se tratase. Cuatro fotos y para abajo, que la bajada era bien larga. Al minuto de empezar a bajar Chema me comenta que ya le están repitiendo las sardinas; ¡vaya!, creo que has batido el record de velocidad –dije-, y maldije su suerte por saber rentabilizar de tan buena manera la sardina y media de la que había constado nuestra comida; yo tuve que esperar al menos 20 minutos…

La bajada consistía en rapelar 500 metros por una canal que daba acceso al glaciar de la Charpoua. Sin prisa pero sin pausa fuimos descendiendo con cuidado de evitar enganchones de cuerdas y al cabo de unas 2 horas y media acabamos pisando la nieve reblandecida del glaciar. La idea de bajar esa misma tarde a Chamonix se esfumó al constatar el cansancio acumulado mientras descendíamos los últimos metros para alcanzar la zona del vivac. Decidimos levantarnos temprano a la mañana siguiente para no quedarnos bloqueados en la montaña a causa del mal tiempo pronosticado. Nuevamente, a las 4 estábamos caminando y justo al comenzar a bajar las escaleras de acceso a la Mer de Glace, la tormenta nos envolvió y arrojó sobre nosotros todo un catálogo de rayos, truenos y lluvia. El glaciar se iba llenando de improvisados ríos que rápidamente iban desbordando sus aguas. Dudamos de si calzarnos los crampones o unas botas katiuska… Calados hasta los huesos, pero con una sonrisa en la cara, llegamos andando a Chamonix a media mañana.

Cuatro días seguidos de lluvia aguantamos en el pueblo con la falsa promesa de un anticiclón duradero, pero ante la imagen de montañas nevadas por encima de 1900m decimos emigrar en busca del buen tiempo. Recibimos los primeros rayos de sol en el Valle del Orco, en el norte de Italia. Este valle, paralelo al de Aosta, puede presumir de albergar algunas de las más elegantes líneas de fisura de Europa. Rodeados de picos de más de 3000m, diversos sectores de escalada se distribuyen a lo largo del valle, haciendo las delicias de escaladores masoquistas. Porque ser buen escalador de fisuras implica una gran tolerancia al dolor, tanto de manos como de pies. Pero claro, ¿quién se puede resistir a sus cantos de sirena? Dedicamos 3 días a empotrarnos por diferentes rincones del valle, acompañados por dos nuevos amigos, Marcel y Ruby.

Algunas de las líneas que escalamos, todas ellas muy recomendables, son las siguientes:

Fisura Kosterlitz 6b: vía mítica que presenta empotres perfectos de manos.

Fisura de la Desesperación 6 a+, fácil entender el nombre de la vía cuando se escala.

Legoland

Legoland: Consta de un primer largo de fisura de dedos y un segundo que seguro nos recuerda a “Separate reality”, al otro lado del charco. Una bonita manera de quemar todas las naves en tan solo 8 metros…

Todo lo bueno toca a su fin, y así paso con nuestra estancia en el valle. Regresamos a casa con las manos tullidas pero con el convencimiento de que… ¡volveremos!

¡Equipazo!