Por Oscar SanMartín del Alpine Team de OS2O
No se si describirme como un apasionado del alpinismo o definitivamente estoy rematadamente loco. En esta vida, se supone que debemos buscar la felicidad. Cierto. Pues yo, la encontré el domingo pasado. Hasta ahí bien, perfecto. Lo preocupante para quienes me tienen cierta estima, es que la encontré colgado de una mano en el piolet, derrapando con los crampones sobre una efímera y milimétrica capa de hielo, muchos metros por encima de un friend que posiblemente no hubiera parado una caída, y por si fuera poco, peleando con el otro piolet para encotrar bajo la nieve el siguiente gancheo mientras un baño de nieve spray y el olor a quemado del metal resbalando sobre la roca me acompañaban en el tétrico escenario de la vertical pared norte del Pico Olibón. Empiezo a creer que hay más parte de lo segundo, que de lo primero. Es decir, estoy rematadamente loco. Sin embargo, la pasión por estas vías de escalada invernal entre roca y hielo que llevan la dificultad y la exposición al límite me tienen demasiado atrapado como para renunciar a éstas dosis de adrenalina.
Tope Luxuri, la elegida para la búsqueda de mi felicidad, es una vía de 300 metros y M6+ de dificultad, la cual ha sido recientemente abierta en la cara norte del Pico Olibón ésta temporada por Mikel Zabalza y Eneko Cesar. Cuando vi las fotos de Mikel, uno de los alpinistas del Pirineo que más “bacalaos” ha escalado alrededor del mundo, quién describía esta vía literalmente como «acojonante, laboriosa y mantenida», mi mente no pudo, ni por un minuto, desviar la atención de esta aventura. La pared ya estaba entre nuestros objetivos por la apertura el año pasado, también con Mikel y los chicos del Equipo Español de Alpinismo como protagonistas, de la vía 7 vidas. Las condiciones para que ésta pared del pirineo occidental se tapizara se estaban dando por las continuas borrascas de norte. Así, que la apertura de ésta otra línea tan estética y vertical, desencadenó nuestro proceso habitual para cuadrar un día de buena meteo en el que junto a mi incansable hermano, pudiéramos ir a probar suerte.
No muchos días después, nos encontrábamos de camino al objetivo, aproximando con esquís desde el refugio de Lizara (cargados como burros para variar) y alucinando con el aspecto que las últimas tormentas de nieve han dejado tanto en la cara norte del Olibón como en sus alrededores. La nieve y el hielo se han pegado tanto en paredes verticales, como en desplomes, y aunque le falta bastante transformación para estar en condiciones ideales nos damos cuenta de que este entorno hay muchas posibilidades todavía pendientes de ser abordadas por el alpinismo moderno.
El aspecto de la pared es «patagónico» y una capa inconsistente de lo que llamamos en broma “hielo pescadería” cubre la toda pared. Como era fácil de intuir, la dificultad de la escalada no sólo erradicaba en la progresión, sino también en la costosa tarea de picar el hielo para encontrar las fisuras en roca donde proteger.
Sin embargo, dejando a un lado las dificultades que este invierno nos esta provocando, la motivación jugó mucho a nuestro favor. Llevábamos bastante tiempo sin escalar en hielo juntos y éste año de continuas nevadas hasta mitad de febrero no habíamos encontrado aún una actividad de alpinismo apasionante como ésta. Los largos de menor dificultad resultaban también laboriosos y expuestos por las malas condiciones mientras que los difíciles nos hacían vibrar y sacar de nosotros todo lo aprendido durante estos años de aventuras. Disfrutamos cada movimiento y en cada largo crecía la pasión por éste estilo de alpinismo austero y comprometido que tanto nos gusta.
La vía, en general es excepcional. Cabe destacar la tirada de 60 metros que hicimos entre la separación de la vía 7 vidas y el inicio del diedro. Igualmente, es necesario mencionar la plancha que atraviesas en diagonal a la derecha de unos 30 metros de efímeros gancheos del penúltimo largo, los cuales nos parecieron dos de los mejores largos de mixto que hemos escalado.
El breve paso por la cima con las luces del atardecer fue un momento de merecida satisfacción después de tanta lucha. El descenso lo realizamos por un corredor a la izquierda de la pared que nos permitió recoger material y calzarnos los esquís justo antes del anochecer.
Fueron 14 horas ininterrumpidas de emoción, adrenalina y alpinismo, donde recordamos lo mucho que nos apasiona la montaña y lejos de terminar abatidos, volvíamos a casa hablando de nuevos retos y escaladas por conseguir. Como empezaba diciendo, no se si es locura o pasión, pero una actividad como esta te devuelve a la vida con una ilusión que ojalá nunca desaparezca.
¡En la búsqueda de la felicidad… a por nuestra siguiente aventura!
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