Por Javier Antoñanzas del OS2O Alpine Team
“Algunos son más largos, algunos más profundos, algunos más estrechos y algunos más verticales. Pero ningún otro cañón en América del Norte combina la profundidad, anchura y pureza del Black Canyon” (Wallece Hansen).
Con tal hoja de presentación, el Black Canyon of the Gunnison figuraba entre los objetivos principales de escalada durante mi estancia en Colorado. Situado al oeste del Estado, el bravo río Gunnison se ha ido abriendo paso entre la roca granítica a lo largo del tiempo, tallando un cañón de dimensiones bíblicas. Las paredes se alzan verticales, hasta 550 metros por encima del río, y se enfrentan a poca distancia, incrementando la sensación de profundidad. Bandas de blanca roca pegmatita afloran en las paredes contrastando con el oscuro granito como si de betas de grasa en el jamón se tratasen.
Las paredes a ambas márgenes del río son igual de altas, a pesar de que desde una margen se aprecie la contraria más sobresaliente; curioso efecto visual. Debido a que con el coche se accede a la parte superior del cañón, todas las escaladas comienzan descendiendo hasta pie de vía, a la orilla del río. Dependiendo el borde en el que nos encontremos (norte o sur) podremos destrepar por las canales de acceso o bien tocará rapelar. Todo tiene sus ventajas e inconvenientes. Si optamos por escalar en la zona norte y bajar a pie, a un laborioso descenso en el que alternaremos destrepes con algún rápel aislado habrá que añadir la excitación de ir esquivando la hiedra venenosa. Sí, plantas venenosas. Se trata de una especie de la familia de la hiedra que contiene unos filamentos venenosos, cuyo contacto produce una fuerte hurticaria “en diferido”, es decir, la empiezas a sufrir al día siguiente y te acompaña durante unas cuantas semanas. En caso de ser alérgico, seguramente implique una visita al hospital. Para aproximar a las vías muchas veces resulta inevitable pisarlas o rozarlas con los pantalones, por lo que hay que extremar la precaución, especialmente al ir a mear…
Si decidimos escalar en la margen sur estaremos escalando en cara norte y habremos de descender con cuerdas los 550 metros hasta el río, ¡una auténtica fiesta del rápel! Además, el compromiso es alto ya que la única salida recomendable es por la cumbre. En caso de tener que abandonar, habría que cruzar el río mediante una tirolina para pasar a la otra orilla y subir por las canales hasta la otra entrada al parque nacional (todo con los pies de gato, ya que las botas se han dejado al principio de los rápeles) y de allí más de dos horas en coche hasta el borde sur del parque (eso si tenemos suerte en autostop). Es decir, mejor llegar a cumbre.
Con todos estos detalles en mente Anya (quién ha sido protagonista de pasadas aventuras en Colorado) y un servidor pusimos rumbo a intentar unas de las vías más clásicas del cañón, Astrodog, de 550 metros y una dificultad máxima de 5.11d (7a). La estrategia que vamos a seguir es realizar la vía en dos días. Da la casualidad de que hay una repisa para dos personas justo a mitad de vía, de modo que rapelaremos el primer día y dejaremos los utensilios de acampada en la repisa, para después continuar rapelando hasta el fondo del cañón. Una vez en la base, escalaremos la primera mitad de la vía hasta llegar a la repisa y al día siguiente haremos cumbre, debiendo petatear las mochilas en los largos más duros. La idea nos atrae mucho.
El día se levanta fresco. Ha estado lloviendo el día anterior y todo rebosa humedad. Con la calma, y haciendo tiempo para que vaya secando la pared, solicitamos el permiso de escalada en las oficinas del Parque Nacional y organizamos el material para la escalada.
Localizamos los rápeles y nos sumergimos en las profundidades del cañón. Son 7 rápeles hasta el vivac y otros 7 hasta tocar suelo. Debido a enganchones de cuerda y otros contratiempos, nos cuesta más de 3 horas llegar hasta el fondo, ya con el reverso echando humo de tanto bajar. El ruido del río es ensordecedor y las dimensiones de las paredes que nos rodean intimidan. Estamos solos en todo el cañón.
Activamos el “modo escalada” tras tanto descenso y vamos superando las primeras dificultades. Una de las cuerdas se enganchó en el último rápel (suerte que era el último…) y toca liberarla. Nos encontramos con una escalada muy variada. La vía sigue la línea de debilidad de la pared, remontando fisuras, diedros y alguna que otra placa.
El sol cae rápidamente en el interior del barranco y la luz escasea. Supero el último largo y aseguro a Anya mientras el sol va desapareciendo. No nos ha sobrado ni un minuto de luz para llegar al vivac.
El vivac es una lujosa repisa de unos dos metros cuadrados custodiada por grandes bloques, así que a pesar de encontrarnos a 300 metros del suelo, podemos “movernos” sin arnés. ¡Menudo lujo! Las estrellas cubren el cielo ahora, nos embutimos en los sacos y dejamos que el sol de la mañana, que apenas toca la pared dos horas, nos despierte. Para desayunar tenemos uno de los mejores largos de la vía, que Anya disfruta como si de un croissant se tratase.
La escalada es vertical y exigente. La cuerda de deportiva que llevamos es muy gruesa y asegurar al segundo se convierte en un suplicio. Además, también toca subir la mochila, que hemos forrado con las esterillas para no destrozarla mientras la petateamos.
Así llegamos al largo clave. La reunión es incómoda y no sé si pasaría la homologación europea. Miro hacia arriba y un diedro ciego y liso como la patena deja paso a una fisura de apariencia más amable. Me sudan las manos y empiezo el largo muy nervioso. Anya me observa desde la reunión sin decir nada, sabedora de que si me caigo ella acolchará la caída. Demasiada tensión. Decido poner un RP (micro-fisurero de bronce) y me cuelgo de él. Hago dos pasos más en artificial hasta que llego a la fisura y pongo dos friends a prueba de bombas…ahora sí. Desciendo hasta la reunión y lo escalo todo de nuevo. El largo exige concentración y fuerza y solo me derrota en el último paso.
Una vez superadas las dificultades principales de la vía nos echamos la mochila a la espalda y nos movemos con rapidez. El final de la pared cada vez se ve más cerca y somos el centro de atención de los visitantes que se encuentran en el mirador a escasos metros.
Última reunión. Recuperamos las zapatillas que habíamos dejado el día anterior y un abrazo da por concluida esta estupenda vía que nos ha regalado momentos inolvidables.
¡Hasta la próxima aventura!
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Fernando Antoñanzas
Como siempre, precioso relato hermano!