Por Kiko Navarro del OS2O Trail & Skimo Team
2010, 2012… 2016… y 2018; a la cuarta fue la vencida…
15 de Abril. Partimos desde Jaca rumbo a Suiza con las ilusiones puestas en afrontar la última carrera de skimo de esta temporada. Nada más y nada menos que a la Patrulla de Glaciares (PDG). Por delante, un largo viaje de 15 horas en furgoneta desde los pies de los Pirineos a los pies de los Alpes. Un desplazamiento que todo alpinista de nuestras latitudes hace para dar el salto de una cordillera a otra. Es evidente que cuando pasas por Chamonix y te topas con el majestuoso Mont Blanc, te das cuenta que estas montañas tienen un punto más; ya solo ver el Glaciar de Bossot que casi se puede tocar con las manos desde la carretera te lo hace sentir.
Lunes, empezamos la semana con el marcaje de material. Una perfecta organización revisa todo el material que llevaremos en carrera. Y cuando digo todo… es todo: medición de la cuerda tanto de largo como de diámetro, esquís, fijaciones, botas, bastones, casco homologados por la International Ski Mountaineering Federation (ISMF) para el skimo, ARVA con tres antenas, gafas de ventisca, pieles de focas y hasta un pequeño botiquín de primeros auxilios. Nada se pasa por alto. Debido al horario europeo hoy no nos dará tiempo a calzarnos las tablas pero decidimos ponernos las zapatillas para soltar un poco las piernas. Pronto nos damos cuenta que va a ser una PDG diferente a años anteriores. Parece que por aquí ha nevado igual o más que en el Pirineo durante este invierno y el sendero por el cual poco a poco se va ganando altura está cortado debido a diversas avalanchas que casi llegan al fondo del valle.
Martes, decidimos hacer un viaje de dos horas hasta el pueblo de Arolla, punto intermedio de la carrera, con el objetivo no solo de reconocer la bajada que nos tocará hacer de noche, si no también de permanecer en altura durante un tiempo y aclimatar nuestros cuerpos. La nieve está perfecta. Sin embargo, somos conscientes de que durante la carrera no estará en tan buenas condiciones. Los más de 3500 esquiadores que pasarán por allí modificaremos su estructura e incluso la pendiente. No obstante, sirve para hacernos una idea y así afrontarla con más optimismo.
En el Coll de Bertol (3279m) permanecemos sentados durante una hora adaptando el cuerpo de nuevo a la barrera de los 3000 metros de altura. Además, tenemos la suerte de poder compartir una conversación con algunos soldades del Ejercito Suizo, quienes llevan allí acampados una semana con la misión de dar cobertura a esta zona. Este año de nieves no nos ha permitido hacer el tradicional Spanish Stage de altura con campo base en el refugio de la Renclusa. Por lo tanto, la típica visita al Aneto se quedó en la lista de tareas pendientes y con ella nuestra aclimatación de altura. Los dos metros de nieve en la zona frenaron nuestro ímpetu en los días programados, aplicando el famoso refrán: «mal tiempo en la montaña, montañero a la cabaña».
Para el miércoles y jueves teníamos un «As» reservado en la manga. Una estación de esquí a escasos 15 minutos de nuestro alojamiento nos facilitaba «pisar nieve» evitando los largos viajes y su correspondiente fatiga por carreteras sinuosas. Para nuestra suerte, está cerrada y no molestamos a nadie. Perfecta para entrenar las bajadas con la cuerda y limar los últimos fallos que se puedan dar. Parece como si lo hubiéramos hecho toda la vida juntos porque sale todo rodado. El ritmo de bajada, la velocidad, el radio de los giros, etc… Todo está listo.
Viernes, por fin llegó el ansiado día. Antes de las 06:00am estamos en pie para desayunar y poner dirección a la bucólica localidad de Zermatt, donde tendrá salida la prueba. Aunque hay conexión por carretera está prohibido el acceso con coche. Hasta los pequeños vehículos que se mueven por el pueblo son eléctricos… digamos que es una ciudad libre de humos, todo un placer para los sentidos. Por lo tanto, para acceder a ella se tiene que coger una tren cremallera en la localidad de Täsch.
Por la mañana la organización aloja a los corredores en los hoteles de la ciudad para que puedan descansar hasta la hora de la salida. El cuerpo necesita un descanso y la siesta de hoy es de especial interés. La carrera, se desarrollará en su mayor parte en horario nocturno y puede que no catemos la cama hasta la noche del día siguiente. Es decir, más de 30 horas sin dormir. Por la tarde, en la iglesia de la localidad se desarrolla la típica misa donde las autoridades y deportistas aparte de escuchar la bendición del sacerdote, realizan el último beafring de la prueba anunciando como principal novedad el adelanto de la salida una hora antes de lo previsto. Esta decisión es debido a las altas temperaturas que se van a registrar en las siguientes 24 horas, con su correspondiente riesgo de avalanchas. En los fondos de valle se prevé más de 15º y en cota 3800m la temperatura será de 1º, algo inusual en esta carrera donde otros años se han registrado temperaturas inferiores a -20º. Se va acercando la hora y el pueblo respira esquí de montaña. Infinidad de gente paseando por sus calles disfrutan de las maravillosas vistas del monte Cervino.
Una abundante cena nos recarga las reserva de glucógeno y tras una sobremesa nos subimos a la habitación para ponernos el traje de faena. Lo tenemos todo controlado ya que al subir en tren teníamos un punto de no retorno. Nuestras maletas con el resto de nuestros objetos personales se han quedado en las furgonetas en Täsch. Hora tras horas vamos viendo por internet las distintas salidas, a las 21h, las 22h, las 23h… y por fin, llegó nuestra hora. Último control de de ARVA y frontal para comprobar que funcionan correctamente y vamos para la línea de salida. Emoción al máximo. Restan escasos cinco minutos para que sean las 00h de la noche. Más de 500 personas estamos en el cajón de salida, cada uno con su historia, sus horas de entrenos, sus motivaciones, sus miedos, sus objetivos. Como decían los romanos, «alea iacta est».
Y allí estábamos Diego, Rubén y yo, mi patrulla para esta edición PDG 2018. Nos conocemos a la perfección. Con Diego he compartido horas de entreno, de carretera, e incluso algún que otro pódium como aquella medalla de bronce en el Campeonato de España por Equipos en el 2014. Con Rubén he coincidido menos. Sin embargo, una carrera también por equipos me fue suficiente para conocerlo a fondo. En los campeonatos militares de esquí celebrados en Candanchu nos colgamos la medalla de bronce. Todo un puestazo en su primer año en el deporte.
Como no podía ser de otra manera, con la puntualidad de un reloj suizo dan la salida. PUMMM! Los primeros metros son espectaculares. La gente sale de sus casas y abarrotan las calles para animar. Lo mismo hacen los que están en bares y terrazas. Un pasillo por la calle principal de Zermatt te hacen sentir como verdaderos protagonistas de esta historia. Debido a la gran cantidad de nieve, este año nos vamos a evitar el pateo de una hora hasta poder calzarnos los esquís. En menos de 10 minutos llegamos a la nieve y empezamos a foquear. Tras el caos en la puesta de los esquís reagrupamos la patrulla y empezamos a foquear los tres juntos. Delante tenemos la primera subida, 2500m de desnivel en 15 km. Como veterano del equipo me pongo en cabeza y les marco el ritmo: alegre, pero guardando fuerzas. Esto no ha hecho más que comenzar. Da la sensación que vamos despacio pero esta será la velocidad de crucero si queremos llegar a meta. Nos queda mucho camino por delante y si nos pasamos ahora podríamos pagarlo en el último sector. -«¿Va todo bien?, ¿Algún problema?»-, nos vamos preguntando constantemente para saber como van las fuerzas, pero sobre todo para recordarnos que tenemos que disfrutar de la experiencia. Pronto salimos de la pista de esquí y nos metemos en el monte para pisar nieve natural. Ahora si, ya estamos en plena naturaleza. La huella esta perfecta, aunque dura como el hormigón. Tengo la sensación que hoy las vamos a pasar canutas si la huella ya está así por aquí… (y no me equivocaba)…
Llegamos a Schonbiel, punto para encordarse, una breve parada y continuamos. Seguimos subiendo y empezamos a ver las primeras grietas, estamos en zona de glaciar y para mi sorpresa la nieve sigue durísima… tanto es así que en una zona técnica de conversiones nos tenemos que quitar los esquís y subir a pata con su correspondiente desgaste. Empezamos a notar la brisa que viene de la Tete Blanche y sino recuerdo mal estamos a 20 minutos de llegar al collado. Me detengo y les digo a mis compañeros que es hora de abrigarse un poco y cambiarse de guantes finos a gordos. La consigna es adelantarse al frío. Quizás sea un poco exagerado este año pero de las dos anteriores veces que he pasado por aquí nunca me ha sobrado ropa y aunque este año la meteo es significativamente mejor, nosotros haremos lo mismo. Muy pronto vemos a los lejos las luces del punto de paso en la Tete Blanche, 3600m de altitud y punto más alto de carrera. Por la noche no te das cuenta de lo que aquí hay montado.
Despues de 3h y 12 minutos nuestro primer objetivo se ha cumplido y ya pisamos la Tete Blanche. Vamos en tiempos marcados y nos disponemos a realizar la parte más técnica de la carrera, la famosa bajada hasta Arolla. Un descenso de 2000 metros de desnivel, encordados y por la noche… «Ahí es nada». Mis dudas pronto se despejan. Tenía la esperanza de encontrar nieve polvo en glaciar pero no fue así. Nieve dura e incluso tramos de nieve costra nos acompañaran durante todo el descenso. Rubén va primero en la cordada, tiene la difícil misión de marcar la bajada. Debe llegar al punto medio entre ir rápido pero que los de atrás le podamos seguir sin caernos. Acertamos con el ritmo de bajada y empezamos incluso a adelantar a alguna patrulla. Yo voy en medio y Diego el último. Todo va bien hasta que el síndrome de Raynaud hace acto de presencia en mis manos y empiezo a tener problemas para recoger y soltar las gazas de la cuerda en los giros. Este síndrome es básicamente es una reacción alérgica al frío donde los vasos sanguíneos se contraen y no permiten pasar la sangre dando como resultado un cosquilleo de adormecimiento en las manos. Vivimos momentos de tensión ya que en algún tramo hay metros de cuerda arrastrando por la nieve con el consiguiente peligro de enganche con cualquier saliente de hielo del glaciar o incluso con alguna patrulla que tengamos al lado. Además, la velocidad de hasta más de 70km/h en algún punto provoca que una caída pudiese convertirse en algo serio. Desde atrás escucho la voz de Diego: «Kikooooo, por favor, recoge cuerda o nos vamos todos al suelo»… y como buenamente puedo voy poco a poco recogiendo hasta tensarla de nuevo.
Al llegar al Coll de Bertol, mis manos son un poema. Ahora me están entrando en calor y una sensación de picor recorre todos mis brazos. El tramo de glaciar termina pero la bajada no. Guardamos la cuerda y seguimos el descenso. Ahora ya cada uno por su lado gestiona los giros aun siempre manteniendo la premisa de ir juntos. Pasamos una zona de bañeras y poco a poco nos vamos acercando al final de la bajada. De vez en cuando se ve como el canto de los esquís del esquiador que llevo delante rozan alguna piedra y varias chispas saltan recordándonos que estamos inmersos en la noche todavía. Para ser exactos son las 04:30am de la madrugada. La llegada a Arolla es una especie de oasis dentro de la noche, ya no sabes donde estas mejor, si en la soledad que te da el glaciar o la seguridad que te da la llegada a la civilización. Aquí nos encontramos con nuestro equipo de apoyo con el correspondiente bienestar que proporciona ver caras conocidas después de pasar alguna que otra penuria por las alturas. Hacemos una parada técnica de unos cinco minutos para recargar líquidos y comer algo ya que después de tanto gel y barrita el estomago está un poco tocado. Para la ocasión y a conciencia, me preparé un pequeño bocadillo de jamón york y queso y puedo asegurar que ha sido uno de los mejores manjares que me he comido en montaña. Me supo a gloria.
Después del avituallamiento nos queda la mitad de la carrera así que sin más dilación continuamos la marcha. Las sensaciones son buenas. Sin embargo, aunque mis compañeros no lo saben la carrera empieza ahora realmente. Les voy contando lo que nos vamos a encontrar por delante. Van a flash en términos de escalada y eso les ayuda psicológicamente. Un gran muro de una pista esquí de unos 600m de desnivel y en algún tramo de 30% de pendiente con nieve dura nos da la bienvenida al primer sector de esta parte. No tardamos en ver corredores que resbalan y desciende por esa pala helada como si de una pista de bobsleigh se tratase. Algunos optan por poner las cuchillas a los esquís: sabia decisión amigos. Eso nos hace estar muy concentrados para que no nos ocurra lo mismo. Vamos cogiendo altura y a lo lejos vemos Riedmatten, un collado por el que ya tendremos visión de la zona de Verbier y dejaremos el sector Zermmatt. Las primeras luces del día pronto hacen acto de presencia y la claridad empieza a notarse por el Este. -«No hay ninguna noche que no haya podido con un amanecer»-, pienso para mi.
-«Chicos levantar la cabeza y mirar atrás»-, les digo. La imagen es para guardarla en la retina para siempre. Un bellísimo juego de luz y color ante nosotros: montañas blancas, cielo anaranjado, y una hilera de minúsculas luces que aportan los frontales de cada uno de los corredores que se pierde hasta el fondo del valle. Metidos ya en la canal de corredor en sentido descendente vamos directos a nuestra segunda bajada del día. Esta, aunque es más corta, no deja de ser igual de intensa. -«Estar atentos compañeros, ahora encontraremos varios badenes en los puedes volar como los del salto de trampolín si no estamos atentos»-, aviso al resto. La nieve sigue dura y es fácil esquiar ya que con derrapar vale para perder altura. Entramos en la Balma, lago de montaña represado que a estas alturas de la primavera sigue helado y por el que se puede esquiar. Para este sector habíamos preparado unas pieles viejas, casi sin pelo para tener menos rozamiento e ir mas rápido ya que el terreno es relativamente llano y es propicio para deslizar. Saltan las dudas porque vemos varias patrullas usar el paso patinador y mis compañeros me preguntan: -«Kiko, ¿y si hacemos lo mismo?-; para nuestra desgracia, mi respuesta humilde no es todo lo aclaratoria que les hubiese gustado: -«no lo se, aquí voy a vista, como vosotros chicos»-. Pronto vemos que lo mejor y más sensato es no perder fuerzas así que ni patinando ni con pieles viejas, decimos poner pieles nuevas para no pegar más patinazos de los que llevamos. A la larga fue una decisión acertada ya que los pocos minutos que se puedan perder se ganan en fuerzas para lo siguiente.
Tras pasar la Balma en menos de 45 minutos vamos directos a la Rosa Blanche, uno de los puntos clave del recorrido. Es un collado en el que se vuelve a estar por encima de los 3100 metros de altitud. Son las 7:30am de la mañana y el sol impacta directamente sobre la todavía huella helada. En estos momentos de la carrera se verá si se han hecho bien los deberes: es decir, si se ha comido y bebido como dicen los manuales no se tendrá ningún problema. Vamos ganando altura y el cansancio hace acto de presencia a la patrulla. El primero en sufrirlo soy yo y poco después empieza a hacer mella en Rubén. La conversación entre la patrulla es nula o poco fluida en este tramo. De hecho, Rubén me comenta alguna incidencia pero no le entiendo. Le pido que repita: -«nada Kiko, en Verbier te lo cuento»-. Que bestia este tío, ya sabe que vamos a terminar, pienso en voz en off.
No obstante, sabíamos que tarde o temprano el “tío del mazo” nos esperaría en algún rincón del recorrido y nos pego aquí y fuerte. Lo que no contaba “este tío” es nuestra experiencia en esquivarlo, así que dividimos la canal en dos: una primera parte para quitárnoslo de encima; y una segunda parte, ya en el valle colgado que existe antes del collado, para coger energía y empezar a visualizar la meta. Justo en la puesta de los esquís en la mochila comemos algo pero a Rubén no le entra otra cosa en el cuerpo que no sea salado. Yo solo encuentro geles y barritas, eso no le valen, esa crisis ya la tuve unas horas atrás. Por suerte, Diego saca de su mochila a modo de chistera un bocadillo de york y queso que saca de un apuro al tocado estómago de Rubén.
Y así es como lo hicimos, pedazo patrulla somos…
Ahora si, en el collado, los tres juntos y viendo el pasillo de gente animando con banderas y cencerros el objetivo esta más cerca, ya es algo realista. Una bajada relativamente plana nos llevará a la cabaña de Dix. Más gente animando, la transición es un hervidero de salidas y llegadas de patrullas. Se palpa ya en el ambiente algo que nos recuerda que muy mal nos tiene que ir para no llegar a meta. Con las pieles puestas encaramos la última subida de la carrera. Por delante, los últimos 250 metros de desnivel positivo. Lo sé, parece poco, pero con lo ya ascendido y con el cuerpo justo de fuerzas parece que estemos moviéndonos por el Himalaya a 8000 metros. Llegados arriba, al Pass du Chaux a los tres nos viene a la mente esa famosa frase con la que todas las historias felices deben acabar: «y colorín colorado, este cuento tan tan tan bonito se ha acabado». Abordamos la última bajada por la estación de Verbier. Un descenso por las pistas de la mítica estación de esquí Suiza que nos llevará a meta.
Allí estábamos disfrutando de los últimos minutos de la mítica Patrulla de los Glaciares. Atrás quedaban los 63 kilómetros que separan Zermmatt de Verbier, los más de 4000 metros de ascenso, los momentos de silencio y la gestión de donde comer y beber. Llegados a la base de la estación solo nos queda poner los esquís en la mochila y correr por las calles del pueblo por un pasillo acondicionado para la ocasión que se asemeja a las míticas llegadas en alto del Tour de Francia. Impresionante estos últimos metros: -«compañeros memorizar y disfrutar este momento»-. Son como los imaginaba pero no se pueden describir con palabras. Lo siento. He necesitado cuatro ediciones de la PDG para vivirlos. A mis compañeros, con una les ha valido, esta vez la montaña y el destino nos ha sonreído. Tras 8h y 40 minutos cruzamos la meta y nos fundimos en un abrazo sellando nuestro esfuerzo en uno. Realmente no éramos tres sino uno. La PDG nos ha unido para siempre. Supimos entender el espíritu de la carrera desde el primer momento, trabajando en equipo y sacrificándonos uno por el otro dando como resultado y sin nosotros saberlo una sinergia que nos llevó hasta la línea de meta.
La PDG 2018 será recordada por la edición de los records, batiéndose marcas tanto en la prueba masculina como femenina. También será recordada por las temperaturas benévolas. Además, será recordada por la nieve tan dura que tuvimos que foquear, lo que nos llevó a gastar entre los tres hasta seis para de pieles nuevas. Para Rubén y Diego, será recordada como su primera participación, como cuando te enamoras por primer vez. Las próximas ya no serán iguales. Para mi, la guardaré como la edición que la PDG me dejó saborearla. Desde mi primera participación en el 2010 han tenido que pasar 8 años para ello. No le reprocho nada. Al contrario, se lo agradezco. En el camino hasta conseguirlo he aprendido a ser paciente, a saber que en montaña hay que saber renunciar cuando las cosas se ponen feas y darlo todo cuando nos deja el camino libre. Ella sigue ahí, no se va, os lo prometo. La montaña manda y si somos conscientes de ello, para todos aquellos que no han podido alcanzar el éxito en esta ocasión, tarde o temprano os dejará saborearla.
También os lo prometo.
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