Por Juan Corcuera y Carlos Garrido
Nueva quedada del Os2o Alpine Team. Esta vez en el maravillosos Valle de Benasque, un valle cargado de historia y de historias, lleno de magia y enclavado en uno de los lugares más impresionantes de nuestro Pirineo.
La verdad es que el valle ofrece a los montañeros y amantes de la naturaleza una cantidad enorme de actividades. Todas ellas con el denominador común de un entorno de montaña auténtico aderezado de las comodidades y pecados terrenales del pueblo. Desde bonitos paseos llenos de flora y montañas, pistas y senderos para BTT, alta montaña pues aquí encontramos la mayor concentración de tres miles del Pirineo, sectores preciosos de escalada deportiva, barrancos y escalada alpina a las cimas más altas del Pirineo como la magnífica pared Sur de la Maladeta.
Organizamos el fin de semana para disfrutar de todo y aprovechar el tiempo al máximo. De esta manera el sábado después de estar por el pueblo nos acercamos a escalar a uno de los sectores más chulos del Valle. Escuela de escalada situada al lado del Santuario de nuestra señora de Guayente. Roca esquisto con abundantes regletas netas y cortantes. Vías de Resistencia dónde caen algunos séptimos. A pesar del calor la motivación está alta y Julen, Óscar y Carlos escalan hasta cansar el antebrazo mientras les echo algunas fotos chulas y me recreo en unos movimientos que se asemejan a una danza moderna.
Después de la actividad toca hidratar y llenar el estómago. Para esto acudimos al Hot Chily a meternos una buena jarra de cerveza con una hamburguesa XXL den 440g de ternera del valle. Sobredosis protéica que además de regenerar músculo regenera el espíritu.
Óscar y Carlos se van a dormir pronto pues madrugarán para una grande course. La Territorio Comanche a la Sur de Maladetas coche a coche que después nos contarán. Una actividad al alcance de poco pero nuestros chicos no conocen los límites.
El domingo Julen y yo aprovechamos para hacer una de las excursiones más míticas del Pirineo en el entorno del Forau de Aigualluts. Las altas temperaturas de la primavera y del verano funden la nieve de los glaciares de la Maladeta y del Aneto con una graciosa particularidad. El agua de la Maladeta discurre por el Valle y da lugar al río Ésera de la Alta Ribagorza aragonesa. Sin embargo el agua del Aneto, de la montaña más alta del Pirineo aragonés, funde y cae en una gran sima conocida como el Forau de Aigualluts.
Allí por el 1787 uno de los pirineistas por excelencia, Don Ramon de Carboniers, primero en subir al Monte Perdido, planteó la hipótesis de que el agua del Aneto no se quedara en Aragón sino que desembocara en el Atlántico francés a trasvés de un complejo sistema kárstico. Será en 1931 cuando Norbert Casteret, geólogo y pirineista descubra y confirme la hipótesis de Ramond. ¿Cómo lo hizo? Pues vertió en el forau seis barriles de fluorita que tiñeron el agua de amarillo y unas horas más tarde ese mismo agua aparecía en El Valle de Aran en les Uells del Joeu, es decir en el nacimiento del río Garona que pasando por Burdeos desemboca en el Atlántico francés. Con este matiz cultural y la espectacularidad de un circo salvaje con los glaciares más hermosos del Pirineo y las cimas más altas no podemos dejar de conocer este entorno mágico y sobrecogedor.
Mientras nosotros disfrutábamos de los placeres de la Montaña Carlos y Óscar curtían en una de las paredes más lejanas y salvajes del Pirineo, la Cara Sur de la Maladeta en la Extremadamente Difícil Territorio Comanche.
A las tres de la mañana suena la terrible melodía polifónica. En ese momento y con la hamburguesa de la cena todavía revolviéndose en las entrañas, resulta inevitable preguntarse qué narices pasa por nuestra cabeza para saltar de la cama un domingo a esas horas, cuando medio país se debate entre los sueños y el otro medio entre risas y copas de algún bar nocturno. Pero eso hemos elegido, nos gusta, somos masocas, idiotas o simplemente unos románticos a los que seduce la idea de desayunar mil y pico metros de desnivel para ver amanecer en un lugar mágico, único, donde todo el protagonismo lo tienen las rocas, el agua y el sol pintando de oro las más altas cumbres. Naturaleza en estado puro.
Así empezó el día. A las cuatro de la mañana abandonamos el coche sabiendo que para cuando volviéramos habría pasado una larga e intensa jornada. Tomamos tranquilamente la pista que lleva al inicio del sendero que sube al Ibón de Cregüeña. Subida larga y penosa que el peso de las mochilas cargadas de material no suaviza. Sin prisas vamos ganando altura y abandonamos la oscuridad del bosque con las primeras luces del alba. Poco antes de llegar al ibón presenciamos el espectáculo del amanecer desayunando placenteramente, disfrutando de esos momentos mágicos que nos regala la montaña a cambio de un madrugón. Tras tres horas cuesta arriba, cabeza agachada y un paso tras otro llegamos a Cregüeña, uno de los ibones más altos y extensos del Pirineo, todo un lujo de sitio donde poder admirar la naturaleza más salvaje de este lugar del planeta.
Pero no solo paisajes y sensaciones nos trajeron hasta aquí, como siempre perseguimos un objetivo vertical donde poner a prueba cuerpo y mente. Según palabras de Korkuerika una vía cinco estrellas, de obligada visita y que no nos dejará indiferentes. Ante esa perspectiva es imposible no rendirse a la línea de Territorio Comanche, 250 metros de granito de inmejorable calidad, dificultades de hasta 7a no obligando más allá del 6a+. Una joya obra de Jordi Corominas y Jordi Tosas enmarcada en la cara sur del Pico Abadías, a tres mil metros sobre el macizo de Maladetas.
Como suele ser habitual, un nevero cubre la base de la pared. Siendo habitual también que para cruzarlo sea más que recomendable el uso de crampones, ya que pese a las altas temperaturas de estos días, éstos neveros estivales fuertemente compactados presentan una nieve muy dura a primeras horas de la mañana. Almorzamos algo mientras nos calzamos los crampones y visualizamos la línea que hemos de atacar. Desde luego su aspecto es del todo motivante, y no somos los únicos que pensamos pasar el día escalando al fresco en una zona de alta montaña. Otras dos cordadas inician ya la escalada de la vecina vía “Directa”, algo más sencilla pero no por ello menos bonita.
Tras cruzar el nevero con una curiosa pero resultona combinación de crampones semiautomáticos y zapatillas de treking, nos plantamos a pie del primer largo, el más duro y sospechoso de toda la vía. Un diedro semi-ciego y herboso, completamente liso bajo el cual una placa con otra fisura ciega no da muchas opciones de protección. Lo primero que nos pasa por la cabeza es que “en vaya marrón nos hemos colado”, menos mal que nos hemos subido la maza y unos clavos. Finalmente la placa resultó bastante fácil gracias a una serie de generosos peldaños y tras un par de emplazamientos para microfriends alcanzamos el diedro, liso, patinoso y clavado a muerte, algo que agradecemos enormemente en nuestro estilo para superarlo. Los clavos soportan bien nuestros “aceros”.
Los siguientes largos se van sucediendo trabajosamente, la escalada en granito siempre nos pone en nuestro sitio y la vía, sin ser difícil, hay que escalarla. Oscar y yo nos vamos alternando largos. Una sucesión de espléndidos diedros, totalmente desequipados y donde conviene gestionar correctamente el material que llevamos en el arnés para no calentarnos protegiendo demasiado, y quedarnos sin cacharros a mitad de largo. Algo bastante probable sabiendo que varios largos superan los cuarenta y cincuenta metros. Sin apenas enterarnos va pasando el día, largazo tras largazo las horas corren rápido y entretenidas, de hecho en los últimos largos de la vía nos ponemos un poco las pilas para no acabar el día de noche y hechos polvo en la bajada de Cregüeña. Por fin, a las cuatro y media de la tarde alcanzamos la cumbre, y esa curiosa gárgola de cinco metros de roca que asoma amenazante sobre el vacío de la pared, a modo de mortal trampolín.
Sin demasiada demora comenzamos la bajada conscientes que los rápeles, pese a estar correctamente equipados con parabolt, nos van a dar trabajo. El relieve de la pared, la cantidad de bloques y el tipo de roca predicen más de un enganchón de cuerda. Y efectivamente en los dos primeros rápeles tenemos que escalar unos metros para soltar las cuerdas, irremediablemente abrazadas a la roca. El cansancio hace mella y estos contratiempos desesperan un poco la bajada, pero por suerte en los siguientes rápeles la cuerda no se vuelve a enganchar y podemos llegar a pie de vía sanos y felices. Celebramos la escalada y el día disfrutando de una escueta merienda a pie del ibón, en uno de los últimos momentos de relax del día. Por delante quedan casi tres horas de penoso descenso de pedrera, senda y caos de bloques.
Realmente la bajada se nos hace larga y dura, el madrugón, la actividad y la mochila pesan sobre nuestros cuerpos. Es momento de no bajar la guardia y poner toda nuestra confianza en unas rodillas cada vez más castigadas por los constantes escalones del descenso. Tras incontables tropezones y resbalones alcanzamos el final de valle y la pista, donde Juan y Julen nos esperan pacientemente con su coche para ahorrarnos los últimos metros de subida hasta donde habíamos aparcado. Un detalle de nuestros amigos que nos llena de alegría, pudiendo abandonarnos por fin al cansancio y al relax tras una intenso, extenuante y emocionante jornada de diecisiete horas de actividad.
Sin duda algo muy fuerte nos empuja a castigar el cuerpo de esta manera, a pegarnos estos madrugones, a darnos estas palizas de patear y escalar. Alguna razón hay dentro de cada uno de nosotros para no considerarnos unos locos por hacer esto una vez tras otra. Hay que vivirlo, descubrirlo, saborearlo y refrescar cada momento en nuestra memoria para darnos cuenta que las montañas y las personas con las que las compartimos son algo muy grande, algo que escapa a cualquier dimensión o descripción. Algo que merece la pena vivir.
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