La Línea Schulze

Por Javier Marín del OS2O Team:

El plan que inicialmente tenía en mente no era otro que la travesía Salenques-Tempestades al Aneto en solitario, sin embargo, el parte meteorológico tenía otros planes para mí: anunciaban tormentas para última hora de la tarde del sábado en Aneto, y la perspectiva de tener que abandonar la cresta en plena tormenta, no era de lo más halagüeña. Tiré por tanto de archivo cerebral y caí en la cuenta de una actividad que había leído, hacía ya algunos años, cuando cayó en mis manos el librín de Alfredo Iñiguez «Lecturas de Vivac»: la Línea Schulze.

Comprobada primero la meteo, me puse manos a la obra para tratar de dilucidar mis posibilidades de éxito en una actividad como esta. La Línea Schulze es el nombre que dio Iñiguez a la integral que une la Torre Altaiz con la Torre de la Palanca en el macizo de los Urrielles en los Picos de Europa: una actividad compuesta por unos 4 km de cresta, con pasos de hasta IV, diversos rápeles, y para cuya repetición es necesario conocer el terreno de antemano, además de estar dispuesto a navegar por territorio complejo durante unas cuantas horas. Tras leer un par de blogs, estudiar los mapas y releer a Iñiguez, decidí que esta sería mi actividad del fin de semana, por lo que solo quedaba reservar una plaza en el primer teleférico del sábado, y esperar a que llegara el fin de semana.

Perfil de la Línea Schulze, elaborado por guiasdelpicu.com

El estilo con el que afrontaría la actividad sería el que más me gusta, FAST&LIGHT, esta vez en solitario. La tarde del viernes preparé el poco material que pensaba llevar conmigo: arnés, 3 friends, un pequeño juego de fisureros, pies de gato por si se me complicaba la cosa y una cuerda de 60 m para cubrir la longitud de los rápeles más largos. Además de esto, y sin abandonar la idea de ir lo más ligero posible, añadí a la mochila, bien prensadita, mi chaqueta de fibra Thunder, un pantalón largo y la Warmlite merino (que es alta montaña y uno nunca sabe dónde puede acabar durmiendo o cómo se puede torcer la cosa)… y poco más que añadir: 2,5 litros de agua con algo de gel de menta diluido (ni un solo punto donde recargarla en todo el trazado) y unas barritas. El resto sería lo puesto, FAST&LIGHT shorts, camiseta de trail running y las zapas de correr (después de descartar las de aproximación por su peso y no dejarme ir todo lo ágil que quería en las bajadas). Cargué todo en el coche, y tras finalizar mi jornada laboral, salí dirección a Fuente Dé donde, previa cena en Potes, aparqué el coche para la noche, monté la cama entre una fina lluvia que no auguraba el mejor de los amaneceres y me fui a dormir.

Iniciando el camino hacia la Torre Altaiz al fondo

Fuente Dé amaneció entre una densa niebla, de esas que más que verlas las sientes pesar sobre ti. Preparé el desayuno, y en algo menos de una hora estaba listo en la cola del teleférico. Por suerte había comprado mi billete, quizá de lo más previsor de toda la actividad, ya que no quedaba ni una sola plaza. Con un tubular a modo de mascarilla conseguí entrar en este especial tipo de transporte público, y en escasos minutos me encontraba en la estación superior. Encendí el GPS, tracé mentalmente el recorrido que veía flotando en la esfera negra de mi reloj y, después de quitarme algo de la ropa de abrigo con la que había subido, comencé a trotar hacia mi primer objetivo. En cuestión de unos 45-50 minutos me coloqué a las faldas de la Torre Altaiz, no sin antes tener un par de confusiones en los desvíos (nada que le extrañe a cualquiera que me conozca, a veces me puede más la velocidad que la vista, y acabo por tener que deshacer lo andado). Como no soy especialmente amigo de los terrenos sueltos, y si de las trepadas, trate de trazar mi camino hasta la cumbre por las líneas que evitaban pedreras y tramos de tierra suelta. Sin complicaciones, tras unas pocas trepadas me situé en la cumbre de la Torre Altaiz y poco después en la del Pico San Carlos.

Torre Altaiz desde la Torre del Hoyo Oscuro, al fondo el mar de nubes, mi niebla matutina.

Continuando mi camino por una toponimia que me era totalmente desconocida, dirigí mis pasos hacia el Madejuno. Poco antes de enfrentarme a su chimenea, descubrí que iba a tener que reconsiderar, por absurda, mi obsesión con mantenerme continuamente en el “filo” de la arista, ya que esto me llevó en un par de ocasiones a puntos en los que la única forma de progresar hubiera sido jugarse severamente el tipo. Entre navegaciones, destrepes y trepadas, alcance por fin la citada chimenea y ascendí por ella fácilmente (III) hasta la cumbre del Madejuno, desde la que se veía en la anterior cumbre a 3 o 4 montañeros, recortados sobre la maravillosa roca de Picos de Europa ¡Qué suerte ser sombras minúsculas sobre una cumbre! Les imaginé opinando lo mismo de mí y continué con mi actividad.

Pico Madejuno.

El tramo del Madejuno al Tiro Llago transcurrió en unas 2 horas y sin sobresaltos, fui encontrándome poco a poco, tras mis trepadas, las distintas instalaciones de rApel que hay en el trazado. Había leído a Iñiguez que alguna de ellas se podía destrepar, pero no me lo pensé mucho, suficientes destrepes iba a acumular ese día, y había que dar uso a la cuerda y justificar el peso del descensor. Hacia mitad de la cresta observé en el horizonte otra cordada cabalgandola por delante de mí, poco a poco, fui recortándoles distancias hasta que en la última instalación de rapel, antes de abandonar la cresta, oí una voz que me decía – ¿Qué, cómo va la moto? ¡Menudo ritmo llevas! – Bueno, voy solo, es más rápido – les contesté. La cordada gallega me preguntó por mis planes y fueron tan amables de compartir conmigo su cuerda, ya pasada por las anillas, lo que me ahorró unos minutos de maniobras. Para ellos era el final de su actividad y desde allí, tras una amable despedida y ánimos para el camino, se alejaron hacia el fondo del valle, dejándome de nuevo solo sobre las rocas que me dirigían hacia la Torre Blanca.

Cuál fue mi sorpresa, a al rato, cuando, tras un destrepe, veo en la distancia, sobre un espolón que parecía bastante vertical, a un solitario escalador ataviado, no más que con un casco y pies de gato (y no me refiero a que fuera en pelotas, sino a que no llevaba mochila ni lugar en el que guardar unas mínimas sandalias) – ¿Habrá subido hasta aquí así? ¡La hostia!, y yo que me creía minimalista. – Sorprendido por el panorama, decidí pararme y encender la cámara, dispuesto a grabar unas tomas interesantes, en las que, por un momento del día, no iban a ser mis pies y mis manos los protagonistas. Medio minuto después de una tensa expectación, y sin observar en el susodicho ni medio movimiento, me asaltó la duda de si lo que estaba observando era el paso que iba a hacer que me diera la vuelta o si, sencillamente, el que me había parecido el máximo exponente del alpinismo de renuncia no iba a cumplir con mis expectativas. Cuando decidí salir de dudas y continuar avanzando, como un resorte, se activó el movimiento de mi ligero congénere y superó el paso que tantas dudas le había causado. En unos minutos, y tras constatar que ese no iba a ser el paso que me hiciera renunciar a mis planes, alcance al ávido montañero y no pude evitar preguntarle cómo había llegado hasta allí así. La respuesta, como esperáis, tuvo menos épica de la que me esperaba. El objetivo del tercer ser humano con el que hablaba durante la actividad era ascender la Torre Blanca, y al haber encontrado unos pasos de trepada había decidido dejar la mochila abajo con sus zapatillas y demás material y ponerse unos pies de gato recién estrenados para terminar de trepar. Quizá algún otro, menos ingenuo que yo, o con una capacidad de interpretación más realista, habría dado con la respuesta antes sin tener que preguntar, pero yo, al menos durante unos minutos, fui lo suficientemente inocente como para pensar que estaba ante un hito del minimalismo o sencillamente ante un loco.

Delicados destrepes, bien rodeados de vacío

Tras ascender la Torre Blanca continué por un trazado entretenido que me llevó hasta el Tiro Llago, pasando por la Torre sin nombre y acumulando algún que otro rapel más. A la llegada del famoso paso de IV antes del Tiro Llago, siguiendo los pasos de Iñiguez, no quise arriesgar y decidí autoasegurar el paso, monté un anclaje con un friend y un bloque, me puse los pies de gato, que para algo los había cogido y, empleando un método que había leído a Steve House, me enfrente al paso con la seguridad de no matarme si me caía. Como suele suceder en estas ocasiones, tras superar el paso, me dije a mí mismo que no era tan difícil y que podría habérmelo dado sin cuerda… ¿pero de qué sirven estos pensamientos ahora? Al fin y al cabo no había perdido tanto tiempo, y lo había disfrutado dos veces. 

Uno de los rápeles más estéticos de la Línea Schulze

Descendí del Tiro Llago aprovechando un clavo viejo para rapelar, un tramo que me pareció en inicio más complejo de lo que luego resultó ser, y busqué la manera más eficiente de enfrentarme a la ascensión del Llambrión… ya os adelanto que no la encontré. Si hubiera conocido el trazado, o investigado más todos los tramos, lo que sucedió a continuación podría haberse evitado, pero no se dieron ninguna de las anteriores condiciones. Animado por mi obsesión de permanecer en la arista el mayor tiempo posible, o al menos buscar el trazado que subiera más directo, observé una primera canal/chimenea que separa el macizo principal del Llambrión de una pequeña aguja en su cara norte, dudé entre subir por la canal por si me conduciría a la cumbre o dar un rodeo y subir más adelante. Al final de la canal se intuía una línea que posiblemente permitiera me permitiera ganar la cima, por lo que decidido, me colé en la canal y por unas trepadas que no superaran el III grado me coloqué en la parte superior de la misma, donde confluye con otra canal que asciende por el lado oeste de la citada aguja. El espacio para los pies en este punto le hubiera resultado angosto a un polizón a punto de ser tirado por la borda en una película de piratas, pero era al menos suficiente para seguir manteniendo viva mi esperanza de alcanzar la cumbre por esta vía. Ya de cara a la pared del Llambrión, a aproximadamente un metro de mis manos vislumbré un viejo clavo, del que sobresalía algo más que la cabeza. Ilusionado por lo que veía, decidí afrontar el paso con la estrategia de chapar el clavo con mi cabo de anclaje, subir hasta que me lo permitiera la longitud del mismo y después evaluar si necesitaba colocar otro seguro para repetir la estrategia o si la escalada era más relajada. El tramo, aparentaba rondar el IV-V grado, y estaba suspendido sobre sendas canales con algunas decenas de metros de vacío a su alrededor. Comencé con mi estrategia y gracias a unas presas laterales tanto de pies como de manos, conseguí alzarme con los pies por encima del clavo. Esta era la hora de la verdad, no había disponible ningún otro seguro fijo, ni la posibilidad de emplazar uno flotante, todo era caliza gris compacta. Alargué mi mano hasta el clavo y retiré el cabo de anclaje, hasta ese punto, mi cordón umbilical con la pared – Ok. No gear no fall! – como decía Dean Potter. – Tanteé las siguientes presas con las manos y elevé los pies medio metro más, para encontrarme con la sorpresa de estar ante una sección sin un solo agarre sólido para las manos. Allí parecía que la naturaleza no había tenido a bien colocar ninguna protuberancia en el siguiente metro de roca, y si bien el terreno parecía que empezaba a tumbar, la idea de dar un solo paso más sin protección, en movimientos que tendían hacia la escalada de adherencia, no dejó indiferente a mi cerebro. Mire hacia abajo y trate de descifrar cuál sería mi estrategia para destrepar hasta el clavo, y ponderar si esta iba a ser más problemática que la alternativa de seguir ascendiendo. Decidí que no y, cargando gran parte de mi peso sobre un agarre de hombro bajé los pies hasta el clavo y mi mano temblorosa volvió a chaparlo de nuevo. De nuevo a salvo con los pies en la parte superior de la canal, decidí rapelar de un cordino instalado alrededor de la cumbre de la aguja… evidentemente, se trataba de un itinerario recorrido al menos algunas veces. Descendí por mi cuerda con la idea de dar por perdida la cumbre del Llambrión y rodear por abajo hasta el ascenso a la siguiente cumbre. Mi suerte cambió, sin embargo, cuando al salir de la canal, esta vez por debajo, llegaba a este punto una cordada que seguía mis pasos. Como yo, estaban haciendo la Línea Schulze, y uno de ellos, el mayor, Alfonso, la había realizado hace años, aunque su memoria tampoco fuera a servirnos para encontrar el que realmente es su trazado clásico. Tras una breve conversación, decidimos volver a entrar en la canal, y entre los tres, hacer el paso que me había hecho bajar, pero esta vez asegurados – ¡Cómo cambia la cosa con una cuerda y un compañero asegurando! – El paso, como decía antes, no superará el V grado y, si bien fue el paso más complejo del día, con la seguridad que da saber que no nos íbamos a matar allí, lo pasamos los tres sin mayores complicaciones. Es complejo evaluar en qué situación deja este hecho mi experiencia en solitario: obviamente, mi Línea Schulze solo puede ser considerada 99% en solitario, y sin embargo, creo que a pesar de que las experiencias de este día están grabadas en mi memoria, y se corresponden en su mayoría con la intensidad de las escaladas en solitario, esta experiencia no deja sino una dulce nota final en el paladar sobre el valor de la cordada en las montañas. 

Exposición en solo integral (IV).

Una vez ganada la cumbre del Llambrión, y dadas las dificultades pasadas hasta el momento, el trazado desde allí hasta la Torre de la Palanca no presenta mayores dificultades ni sobresaltos, más allá de un último y bien asegurado rápel. Sentarse en la cumbre de la Palanca, habiendo completado el objetivo del día y saborear mi última barrita, fue sin duda uno de los mejores momentos del día. Aún quedaban unos 10 km y 2500 m de extenuante descenso hasta el parking Fuente Dé, donde aterricé mis cansadas piernas con la música en directo que tocaba una banda para una boda en el parador, tras unas 12 horas de actividad.

Leyendo estas líneas habrá quien me tache de insensato. No trataré de justificar la experiencia del alpinismo en solitario. Es, sin más, por muchos que algunos no lo quieran, una parte intrínseca al alpinismo mismo, y una opción indisociable para mi forma de entender la actividad en montaña como un viaje de autoexploración, un camino hacia la mejor comprensión de uno mismo. Mayores justificaciones son o innecesarias, o insuficientes. No creé nada con mi actividad, ni tampoco destruí; sin embargo, tras cada día en las montañas, cualquiera de nosotros puede experimentar el cambio, la transformación… supongo que es eso lo que buscamos.

Para el que haya leído hasta aquí y quiera ver más, aquí dejo un video resumen de la actividad.

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1 comentario

  1. Algunos te tacharán de insensato mientras que para otros eres un visionario. He tenido la suerte de compartir cordada contigo en varias ocasiones y lo único que hecho de menos en el artículo es que no parece una actividad para todos los públicos y que llevas años preparándote física y mentalmente para realizar este tipo de actividades con garantías.

    Sigue así porque eres gasolina para muchos escaladores que como tú buscamos algo diferente y huir de lo comercial que parece que se está convirtiendo está pasión.

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