Por Carlos Garrido del Alpine Team de OS2O
La Cara Norte del Eiger, esa conjunción de palabras que sólo de oírlas hace estremecer a cualquiera que sepa lo que significan, transportándolo a un oscuro y frío mundo vertical, desbordante de historia y tragedia. Si hay una escalada que todo aquel que se considera alpinista sueña poder acometer, esa es la Norte del Eiger. Lógicamente, también es mi caso.
Recuerdo perfectamente el libro que me acercó a la historia de esta imponente mole, “La Araña Blanca” del alpinista alemán Heinrich Harrer, miembro de aquel primer equipo que en Julio de 1938 supo vencer el último gran problema de los Alpes por la vía conocida como “Heckmair”. Aquel libro nos abrió a varias generaciones de alpinistas las entrañas de esa pared, sus secciones, incógnitas, y dramáticos intentos. Por supuesto, desde el momento que lo leí sentí una irremediable sensación de atracción y rechazo. Atracción por los secretos que guarda, por pisar y recorrer un pedazo de historia a la vez de satisfacer un profundo y absurdo instinto que empuja a subirse por ahí. Rechazo por todo el horror que representa, todas las vidas robadas y su aspecto hostil y amenazante.
No es difícil comprender el impacto que genera en cualquier escalador o paseante, basta ponerse debajo y dejarse sobrecoger por sus 1800 metros de altura con forma cóncava y piramidal; roca negra con pinceladas de nieve y hielo, un auténtico Ogro con cuerpo de montaña.
Gran parte de su atractivo reside inevitablemente en su historia. Escaladores austriacos, alemanes e italianos compitieron por demostrar a un convulso mundo de preguerra quiénes eran los más fuertes, todo ello perfectamente visualizado y retransmitido desde la estación Kleine Scheidegg, donde los hoteles de lujo a una hora escasa de la pared, contrastan con la hostilidad y dramáticas situaciones vividas en ésta. Una especie de “Gran Hermano” extremo en directo cuyas pausas eran las nubes que engullían la pared y a los alpinistas para encender todavía más la llama de la excitación en los espectadores de semejante realidad.
Por desgracia, el Eiger se tragó muchas vidas, tanto antes de su primer ascenso como después, entre ellas las de los excepcionales escaladores aragoneses Alberto Rabadá y Ernesto Navarro. Por suerte, actualmente ya no presenta un riesgo tan extremo, hemos de tener en cuenta que casi todas las ascensiones se realizaban en verano, con días más largos y mayor inestabilidad meteorológica debido a las tormentas. A esto hay que añadir que la pared es una auténtica escombrera por la que en verano no dejan de caer agua y piedras. Actualmente la información, los nuevos materiales y mejores equipos permiten afrontarla en invierno, con tiempo más estable y eliminando el riesgo de caída de piedras gracias a la cohesión que aporta el hielo y mayor estabilidad de la meteo. Por otra parte escalarla en invierno requiere un buen dominio de las técnicas de escalada mixta (piolets y crampones sobre roca) y ser muy rápidos o prepararse para el más que predecible vivac.
La ruta trazada por sus primeros escaladores o vía “Heckmair” es la más repetida, aunque hay muchas otras, ésta presenta el recorrido más lógico evitando los muros de roca verticales y buscando el paso entre los diferentes neveros y corredores que integran la compleja geometría de esta inmensa pared. No en vano, recorre 2700 metros para superar los 1800 metros de desnivel que ostenta la cara norte.
Pues con la lección bien aprendida y memorizada, tan sólo falta esperar el momento, y ese momento llega el pasado 12 de diciembre, tan rápido que apenas da tiempo a digerirlo. Las cartas están encima de la mesa y las cuentas cuadran. Sabemos gracias a las redes sociales e Internet que la vía se está escalando, no en supercondiciones pero factible. Sabemos también que hay un potente anticiclón dominando el arco alpino desde hace muchos días y no parece que vaya a retirarse. Por otra parte el incansable compañero de aventurillas por casa, Edu González está disponible y con el “piolet en la boca”. Mientras echamos cuentas de los días que necesitamos se une a la cordada la tercera pata que da estabilidad al banco, Tato Esquirol, un alpinista como la copa de un pino y aventurero donde los haya. La cosa está clara y nunca ha estado tan de cara. Al lío!!
Con el tiempo justo para preparar lo imprescindible, el día 12 por la tarde ponemos la furgoneta rumbo al país de las montañas, el queso con agujeros y el combustible más caro de Europa. Llegamos a Grindelwald el día 13 a mediodía, con un par de horas de margen para comer algo y preparar las mochilas antes de coger el último tren que sube a Kleine Scheidegg. Apenas tenemos tiempo para recrearnos observando la pared, a las cinco de la tarde es noche cerrada pero la luna llena asoma tras el Eiger, aportando la luminosidad necesaria para aproximar bajo la silueta del coloso. Sin saber muy bien donde pasar la noche sin tener que empeñar un riñón, encontramos cobijo en las tripas de un remonte de la estación de esquí. Con todo el lujo que podemos necesitar, incluido un banco de trabajo donde afilar las herramientas, descansamos unas horas antes de que suene el despertador a las 4 de la mañana…ha llegado la hora!!
Con las pilas cargadas y los frontales encendidos empezamos a escalar por detrás de un par de cordadas más madrugadoras a las que pronto perderemos de vista. Empieza Edu a tirar de máquina y la primera tirada nos delata de qué va la cosa, un IV desplomado para despertar también los bíceps. Poco a poco vamos ganando altura por largas travesías y terreno fácil con algún pasete. Hace frío pero nada comparable a lo que podría ser tanto para la época como para el sitio. Amanece bajo la “fisura difícil”, el primer largo peleón de la ruta, que de no ser por los numerosos clavos cutres y cordinos nos llevaría más sudores de los deseados. Mientras nos entregamos por completo a la escalada, nos adelanta por la derecha una joven cordada de suizos que por su equipamiento pareciera que van a escalar deportiva, un puñado de cintas express y una mochila de ir a dar un paseo. Visto y no visto, no nos preocupamos porque nos quiten plazas del vivac. Impresionante como se mueve la gente por esos sitios.
Entre tanto llegamos a la famosa travesía “Hinterstoisser” y es Tato el que tira de la cordada. Esta travesía supone uno de los pasos más complejos de la ruta “Heckmair”, y actualmente está equipada con cuerdas fijas; de no ser así sería obligado realizar un complicado péndulo para salvar el muro liso y vertical que atraviesa. Cruzamos sobre buena huella el primer campo de nieve hasta topar con el largo de “la manguera”. Debido a la escasez de nieve de la pared, la manguera está totalmente seca y en su lugar hay un muro de roca vertical y compacto donde una cuerda de 8 mm es el único medio para poder pasar y asegurarse. Continuamos rápidamente por el segundo nevero hasta la base del largo de “la plancha”. Me toca tirar a mí y me embarco por donde más tieso es, apretando más de la cuenta…empezamos bien. Seguimos hasta el conocido “Vivac de la muerte”, una pequeña repisa con capacidad para dos donde Karl Mehringer y Max Sedlmeyer encontraron el fatal desenlace tras tres días de tormenta en la pared en 1935, durante uno de los primeros intentos.
Nosotros decidimos seguir a buscar el vivac de la “Travesía de los Dioses”, está a punto de hacerse de noche pero es importante recorrer la mayor parte de la pared el primer día si queremos llegar con luz a la cima el segundo. Ya de noche encaramos el tramo de “La Rampa”, quizá la sección que en conjunto presenta mayores dificultades de la vía, varios largos duros cotados entre V y V+ de la época que entre el cansancio acumulado y la precariedad de escalar a la luz del frontal acaban conmigo. A tres largos de llegar al vivac le paso el relevo a Edu que tira como un miura, más por ganas de llegar al merecido descanso que por escalar. Se hace la “travesía descompuesta”, realmente rota y sin nieve que de algo de apoyo y un último largo vertical sobre roca decente pero de hilar fino y tirar con las manos. Por fin, a la una de la madrugada llegamos al vivac. Agotados y envueltos en un frío nada desdeñable fundimos nieve, cenamos y nos hidratamos antes de caer rendidos en la estrechez de nuestras repisas de nieve, que a estas alturas nos parecen un hotel de lujo en medio de un entorno hostil pero que rebosa belleza.
Cuatro horas después de dormitar a ratos, revolviéndonos en los sacos e intentando escapar del frío y la abrumadora luminosidad de la luna llena sobre nuestras caras, suena el despertador. Curiosamente, para mi sorpresa, tengo ganas de salir del saco y ponerme a escalar cuanto antes. El día amanece radiante y estamos donde siempre habíamos deseado. Es hora de vivir!
Un liofilizado para el cuerpo y un par de barritas al bolsillo, toca abandonar el nidito y completar la espectacular y aérea “Travesía de los Dioses”, ya sabemos por qué le llaman así. Acto seguido entramos en la “Araña”, un nevero descarnado y mantenido a 50-55 grados, rebosante de frío que no nos permite templar el cuerpo, aunque sí la cabeza. Entre tramos de nieve corcho aparece el hielo negro, que a duras penas permite penetrar las puntas de los crampones. En un par de ensambles cruzamos este tramo mítico y lo abandonamos para introducirnos en las fisuras de salida. Tato tira un par de largos bonitos y disfrutones antes de apretar en otro de los supuestos “quintos” que nos deja en el “Vivac Corti”. Lo del vivac debe ser para engañar al personal, porque está lejos siquiera de ser una repisa, apenas un rinconcito donde sentarse y donde el italiano Claudio Corti pasó interminables horas hasta que consiguieron rescatarlo desde la parte superior de la montaña, durante el que sería el primer rescate desde arriba en esta pared.
Tras el vivac Corti las dificultades por fin ceden y la pared nos regala unos últimos largos de escándalo, recorriendo perfectas goulottes y mixtos divertidos antes de darle el relevo a Tato y salir a cazar la arista Mitteleggi. La arista es el colofón a semejante ascensión, 400 metros aéreos donde saboreas cada paso hacia la cumbre, rodeado por un entorno abrumador de luces, glaciares, seductoras y lejanas montañas, con todo el abismo de la cara norte bajo los pies. Momentos en los que las emociones se agolpan por hacerse un hueco en el cerebro ante la belleza que transmiten los ojos. Sin duda algo inolvidable que cada uno vivimos desde nuestro interior.
A las cuatro de la tarde hollamos la cima, apenas unos minutos para recoger y echar unas fotos al atardecer que nos recuerda que la oscuridad está cerca y nosotros muy lejos del suelo todavía.
Curiosamente, aunque ahora resulte cómico, ninguno habíamos leído apenas sobre la bajada. Tiene delito. Cegados por cómo ascender no nos preocupamos por cómo bajar. Un error que se puede pagar caro según donde se cometa. Por suerte Edu es un auténtico experto en bajarse por los sitios más aterradores, así que confiamos en su pericia y nuestra intuición.
Tardamos hora y media en llegar a un collado donde nos había parecido ver gente desde la cumbre. La supuesta gente resultó ser unas losas de más de treinta metros, aún no le tenemos pillada la medida a esto, está claro. En el collado desaparece la huella que íbamos siguiendo y empiezan las dudas. En mitad de la noche ninguna alternativa parece evidente ni factible, así que antes de empezar con la fiesta del rápel hacia ninguna parte tiramos del “comodín de la llamada”. Menos mal que Javi Mercury, un colega que había escalado la norte años atrás recordaba perfectamente la bajada. Tras partirse de risa un rato, nos explica no sin preocupación que tal como suponemos vamos mal. Por suerte, gracias a las indicaciones de Javi, hacemos un flanqueo expuesto que la oscuridad de la noche amortigua y nos encontramos con la buena huella. Aún con todo, la bajada tiene su miga y tras innumerables destrepes conseguimos poner los pies por fin en la estación del Kleine Scheidegg. Evidentemente el tren está cerrado a esas horas, así que no nos queda más remedio que conectar el modo “Walking Dead” y arrastrar los pies los 1000 metros de desnivel y 11 kilómetros de pista que nos separan de la tan deseada “frigoneta”.
Al día siguiente sin descansar lo que nos pedía el cuerpo, kilometrada de regreso a casa que toca entrar a trabajar, no sin alguna que otra aventura por falta de combustible, finiquitamos estos intensos días plenos en emociones y actividad.
Últimamente, cada vez más las actividades o los éxitos se miden en números, bien, pues nuestra ascensión nos llevó nada más y nada menos que unas 44 horas desde el pie de la pared hasta el coche, o 35 horas de escalada en total. Si tenemos en cuenta que en 1974 Reinhold Messner y Peter Habeler hicieron la vía en 10 horas, y que el actual record de velocidad ostenta una marca de 2 horas y 47 minutos a cargo de Ueli Steck, nuestra ascensión se podría considerar un fracaso. Pues bien, nada más lejos para nosotros. Por suerte en el alpinismo los éxitos no los marca una cifra, sino el esfuerzo, el trabajo, la ilusión y la alegría vividas, son los factores que hicieron de esta actividad un gran éxito que jamás olvidaremos.
La chaqueta Storm Alpine Jacket se portó a las mil maravillas, estoy gratamente impresionado con el rendimiento de esta prenda que creo que será mi gran aliada en todas las alpinadas en que me meta. De momento en todas las actividades de este invierno, que no han sido pocas, ha estado ahí sin dar muestras de debilidad y otorgando confianza a la escalada. Combinada con la Hybrid Alpine Jacket para conseguir buen aislamiento térmico forman un equipo de lujo!
Javier
Maravilloso relato de una increíble aventura.
Desde el confort de mi sillón y añorando mis días de juventud y escalada os envío un abrazo.