Por Claudia Gutiérrez del OS2O Trail & Skimo Team,

Son las tres de la mañana y nos encontramos en Sotres ¿El objetivo? Volver al mismo punto de partida 100km después y sin descanso siguiendo la ruta del Anillo de Picos de Europa ¡La aventura comienza! Primer destino: Urriellu.

Urriellu, primer destino

La noche era tan clara que el frontal apenas se necesitaba y llegamos a la vega de Urriellu con el comienzo del amanecer. Tras subir la Corona del Rasu disfrutamos de uno de los mejores momentos de la ruta al contemplar la figura de “el Picu” (como dicen los de la zona) recortada en la tenue luz anaranjada de la alborada.

Uno de los momentos más mágicos de la ruta

Sin embargo, no había mucho tiempo así que rápidamente nos dirigimos a Cabrones. Por el camino nos vigilaban los rebecos, sorprendidos por la luz de nuestros frontales. Cuando llegamos al refugio se despertaban los montañeros más madrugadores de sus tiendas que también querían disfrutar del silencioso espectáculo de luces que organizan los Picos todas las mañanas, transformando sus rocas grises en rosas y naranjas.

Cabrones

Después de Cabrones llega, como ya se comentó en el post anterior, una división del camino: bajar por la canal de Amuesa hasta Bulnes o ir por Piedra Vellida. La decisión estaba ya tomada y, sin pensarlo, nos dirigimos hacia el camino “más corto y difícil” y no nos arrepentimos, ya que, en escasos kilómetros nos encontrábamos en medio de la ruta del Cares ¿qué importan unos arañazos de zarzas? Quedaba esperar que las piernas respondieran bien a la siguiente subidona: la canal de Trea que nos llevaría casi directamente al refugio de Ariu.

Refugio de Ariu

El sol empezaba a golpearnos con fuerza en la nuca y rompimos a sudar. Las piernas ya no estaban tras frescas y los 1400m+ de la subida comenzaron a pesar. Sin embargo, sabíamos que arriba encontraríamos la recompensa: una Coca Cola en el refugio.  Tal y como teníamos planeado fuimos por el Caleyón Francés y tal y como sabíamos que nos iba a pasar nos perdimos unos minutos que supusieron una subida de más. Sin embargo, los ánimos no bajaban ya que son “gajes del oficio” y contábamos con este percance.

Vega Huerta (refugio no guardado en dirección a Vegabañu)

Llegamos a Vegarredonda sanos y salvos en doce horas y continuamos nuestro camino a Vegabañu, una de mis partes favoritas. El trayecto se hizo corto, ameno y divertido, con cambios de ritmo, terreno y pendiente. Pasamos de zonas casi verticales, pedregosas y con neveros a la tierra del bosque del Roblón, un conjunto natural patrimonio de la humanidad. En el refugio aguardaba el mejor avituallamiento de todos, donde nos esperaban con un pincho de tortilla y unos playeros de recambio que nos cargaron las energías al máximo. Ya llevábamos algo más de la mitad del recorrido y el objetivo se veía más cerca, aunque en algún momento tenía que llegar el “hachazu”.

Zona de Vegabañu con el macizo Occidental al fondo

Y el hachazu llegó primero a mi padre subiendo a Colláu Jermosu. Desde Vegabañu se baja a Valdeón, una de las pocas partes correderas del Anillo donde nuestros pies, tras varias horas de golpear la dura roca caliza, empezaron a doler.

Dirección a Valdeón

Subiendo a Colláu Jermosu se hizo de noche, una noche clara que nos permitía vislumbrar la figura del Friero observándonos subir paso a paso la pendiente de 1200m+ que nos llevaba al refugio. Quedaba la parte más dura, llegar a Cabaña Verónica por un camino roto y casi sin marcas en el que perdimos mucho tiempo. El sueño empezó a pesar, la mente jugaba malas pasadas y el cuerpo no respondía. Era la primera vez que pasaba más de una noche corriendo y, sin duda, lo más peligroso fue el sueño que desbordaba mi cuerpo a pesar de los chupitos de cafeína.

Nevero cerca de Tiru Casares (una collada que se encuentra antes de Cabaña Verónica)

Vistas desde Cabaña Verónica

Finalmente llegamos al refugio y nos encontramos con la larga pista que nos llevaría al hotel de Áliva. Las grandes rocas que encontrabas interrumpiendo el camino parecían gigantes que querían bloquearte el paso y hacían del trayecto una zona poco amistosa en las sombras nocturnas. Aunque era un camino perfecto para correr nos sentíamos inmovilizados por el sueño de tal manera que era caer o dormir, así que optamos por la segunda opción. Nos sentamos en la primera piedra que vimos y antes de apoyar mi cabeza sobre los brazos ya estaba durmiendo profundamente. Fue mi padre quien me despertó y no llegué a conocer el tiempo que había estado inconsciente (aquella manera de dormir asemejaba más a la inconsciencia que al sueño) y seguimos nuestra marcha.

Vistas del macizo oriental desde Áliva en el amanecer

Poco antes de llegar al hotel de Áliva mi padre se dio cuenta de que su cuerpo no podía más y que debía dejarlo en Les Vegues de Sotres. Así que continué mi camino sola por el último macizo, el oriental. Me sentía cómoda con la llegada del nuevo día. El sueño había desaparecido así que podía volver a correr y me encontré sorprendentemente bien, aunque en mi mente sabía que me faltaba un séu, un lugar técnicamente complejo que tendría que afrontar sola: la llegada a la collada de Valdominguero donde termina la canal de Jidiellu.

Amaneciendo

Mientras subía la canal a un ritmo fresco que me sorprendía, intentaba calmarme pensando que conocía bien el lugar y que podría pasar sin problemas. Sin embargo, cuando llegó la pequeña trepada (creedme, es muy pequeña), no encontraba los agarres y me entró el pánico al pensar que tendría que dar la vuelta en ese punto a tan solo 12km de mi meta. Así, tomé aire y probé con calma hasta encontrar los agarres y llegué a la collada. La emoción fue tal que las lágrimas brotaban de mis ojos. Ahora “solo” quedaba bajar por un camino bien trazado hasta Ándara, el último refugio.

La mencionada Pista de Ávila

Me encontraba cómoda en este macizo, conocía el circuito como la palma de mi mano. Por allí pasamos en la Travesera y todos los años se celebra una carrera de esquí de la Copa Norte, bajé a buen ritmo, sin apenas dolores. Sin embargo, cuando llegué a la pista que me llevaría hasta el Jitu Escarandi los pies dijeron basta. Nunca había sentido un dolor así y me pilló desprevenida. Esperaba que me molestara el tendón rotuliano, o la inserción del isquiotibial en la cadera que son mis lesiones frecuentes, pero jamás hubiera pensado que los pies me paralizarían. Sin embargo, seguí corriendo. Quedaba poco, merecía la pena el dolor. No quería hacer ningún tiempo, aunque tras tantas horas corriendo con un objetivo en mente necesitaba llegar cuanto antes. Ya eran las nueve de la mañana y la gente empezaba a subir la pista paseando y contemplaban mi expresión, esa expresión compleja que mezcla la satisfacción absoluta con el dolor, y les daba los buenos días con un aliento débil.

La llegada a Sotres fue para mí. Nada de parafernalias, ni speaker, ni público, ni premios, ni otros corredores, solo las personas importantes en mi vida. La gente revoloteaba a mi alrededor, los coches circulaban y, sin embargo, me sentía en el centro de todo. Casi no podía caminar de dolor, necesitaba dormir, estaba deshidratada y sin fuerzas, pero sentía una luz interior, la luz que generas cuando has cumplido un sueño.