Por Arkaitz Galindez del  OS2O Trail Team 2018 

Cinco semanas habían pasado de la ultra trail Bocineros-Deaidar Extrem de 200 kilómetros, hasta la última prueba del año en mi calendario, la Hiru Haundiak; la mítica. Una prueba de 100km que en muchas ocasiones ha servido de referente para muchos montañeros atraídos por las largas distancias. La Hiru Haundiak, tuvo su primera edición allá por 1987, lo que la convierte en una prueba histórica dentro del calendario de ultra trail. Esta carrera tiene como principal atractivo el unir tres cimas emblemáticas de Euskadi; Gorbeia, Anboto y Aizkorri.

Hiru Haundiak 2018Lo que en sus inicios era una marcha pedestre de larga distancia con cita anual, pasó poco a poco a convertirse en “carrera” y a disputarse bianualmente. Tiene un tiempo máximo de 24 horas, es por eso que todavía sigue habiendo mucha gente que opta por hacerla casi en su práctica totalidad andando.

La historia de esta carrera y todo lo que la rodea hacía que, aun sabiendo que la temporada había sido larga, que mi cuerpo no estaba recuperado del todo y siendo consciente de que el momento físico no era el mejor como para conseguir un buen resultado, tuviese ganas de tomar la salida y afrontar el reto de completar los 100 kilómetros con sus 5000m de desnivel positivo de la mejor manera posible.

Es así que el viernes 19 de octubre después de salir de trabajar, llegué a Markina, y con mis dos fieles acompañantes (se merecen un monumento) cogimos la autocaravana rumbo a Araia, lugar donde se situaba la entrega de dorsales y la meta de la carrera.

Con mi hija, mi fan número 1

La salida tenía lugar a las 0:00 del sábado día 20 en Murgia, es por eso que a las 22:30 y sin haber tenido mucho tiempo para relajarme, estaba subido en el autobús dirección Murgia para una vez hablar con compañeros de carreras, empezar con la aventura.

Frontales y a la aventura

Salimos rápido, y una vez pasado Sarria, empezamos la subida al Gorbea. Una subida tendida al principio con una pala más fuerte al final. Las sensaciones no eran malas y situado en un grupo de unos cinco corredores, paso séptimo el Gorbea al mismo tiempo que los demás del grupo. Sin embargo, únicamente llevábamos 75 minutos en carrera.  Es decir, quedaba un mundo. Comentar que mucha gente se acercó al Gorbea para animarnos. Entre ellos, tres compañeros del trabajo a los cuales tuve muy presente durante toda la prueba. Como siempre digo, ¡esto da más energía que cualquier gel o barrita!

Una vez pasamos la cima del Gorbea, km 12 de carrera, empezaba una bajada muy empinada al principio, la cual estaba muy mojada y decidiendo no tomar riesgos veo como del grupo algunos corredores me abren hueco y algún otro que venia por detrás, me sobrepasa. No me pongo nervioso, pues sabía que pasado este tramo, el recorrido discurría por una pista en la cual se podía correr con facilidad y así coger velocidad para intentar acercarme a los de delante.

En carrera con los Ultra 2-in-1 y la Ultra Lite

Sin embargo, en esta bajada que va desde el km 12 hasta el km 22, me doy cuenta de que las piernas se me están cargando mucho y que no voy nada suelto, así que me voy mentalizando de que no iba a ser mi día y que seguramente me tocaría sufrir. Ya en el avituallamiento de Otxandio, sobre el km 26, cambio de chip y decido que aunque no vaya suelto, tenía que terminar la prueba. A pesar de ello, la «cosa» empeora por momentos. Mis piernas no solo van cargadas, si no que apenas puedo correr del dolor que me produce cada zancada.

Lento, muy lento, y con este panorama llego al avituallamiento de Urkiola donde por primera vez empiezo a plantearme la retirada. No voy nada bien de piernas. !En lugar de piernas, parecen palos¡  y lo peor de todo…  70 kilómetros con su desnivel correspondiente por delante todavía hasta llegar a meta. Me detengo, saco el móvil e informo a Saioa de que la cosa no marcha bien y que no estaba seguro de la decisión que iba a tomar.

Arranco otra vez y paso a paso voy acercándome al punto donde empieza la subida al Anboto. Hago el intento de levantar la pierna para subir la primera piedra pero casi no consigo ni levantarla. Empiezo a darme cuenta que los 200 kilómetros de la ultra Bocineros-Deaidar Extrem ni por asomo estaban recuperados, y que mi cuerpo, sobre todo mis piernas, están acusando toda esa fatiga de cinco semanas antes y de la temporada que ya llevo encima.

Me vuelvo a parar, me siento en una piedra y medito sobre la situación mientras muchos corredores que me van pasando me preguntan si estoy bien. Todos ellos me animan y me dicen lo mismo; que era normal que estuviese así teniendo en cuenta que la paliza de Bocineros no había sido hace mucho tiempo.

Pasados unos 15 minutos decido bajar a Urkiola para retirarme pero después de andar unos 200 metros, tomo la decisión que marca el devenir de la carrera. Doy media vuelta otra vez y decido que se lo debo a esas personas (Saioa e Iraia) que me facilitan el día a día para poder entrenar, me acompañan allá donde vaya y siempre me animan pase lo que pase. Y cómo no, a esas otras que fueron al Gorbea a la una de la mañana para animarme. Se lo debía a todas ellas, así que no podía retirarme. Una cuestión de orgullo. Y es que lo fácil hubiese sido el bajar a Urkiola y decir, “hoy no es mi día, lo dejo” , pero nadie dijo que fuera fácil, por lo cual, «me cueste lo que me cueste, yo…. SIGO»!!

Empiezo a subir el Anboto otra vez y obligo a las piernas a dar pasos para que vuelvan a entrar en calor. Doloridas, torpes y pesadas, van moviéndose de nuevo. Así, subo y bajo el Anboto. Van pasando los kilómetros y, aunque lento, voy quitándole desnivel y kilómetros a la prueba.

La noche se hace larga y dura ya que una densa niebla hace que la luz de los frontales nos haga pantalla y no veamos bien dónde pisamos. Pero como en esta vida todo pasa, con la noche ocurrió lo mismo y sobre las 8:15 de la mañana amanece justo en el momento que llegamos a la base de vida de Landa, kilometro 60.

Como un poco, me cambio de calcetines y sin mucha perdida de tiempo, prosigo la marcha para adentrarnos en breve en la sierra de Elgea. Esta zona, se hace larga y no solo por mi situación de fatiga.  Aunque es un tramo «corrible», la subida tendida que ya «pica» en las piernas junto a los 78 eólicos de la cual está acompañada no hacen de estos, los kilómetros más bonitos de la prueba.

Sin embargo, lo peor ya lo había superado, así que paso a paso voy acercándome al objetivo, ser finisher de la Hiru Haundiak. Y prueba de que la cosa estaba casi hecha era el llegar a las campas de Urbia con la mítica cima del Aizkorri al fondo. Animoso, me convenzo a mí mismo que una vez coronará el Aizkorri, la carrera estaba hecha. Desde la cima hasta la meta solo faltaban 9 kilómetros para llegar a Araia, lugar donde se encontraba la ansiada línea de meta.

Mucha gente es la que en la mañana del sábado nos cruzamos subiendo el Aizkorri y entre sus ánimos, corono su cima y pongo rumbo a meta. Una última bajada, en la que ya ni el dolor de piernas ni el cansancio me iban a impedir que cruzase la meta de la mano de mi hija Iraia y sintiese una emoción que incluso ni en las carreras con mejores resultados había sentido.

La lucha interna que había tenido durante esos 101 kilómetros, con sus 5000 m de desnivel positivo y esas 14 horas y media de aventura, habían hecho que el mayor de los triunfos fuera completarla la prueba independientemente de su resultado.

Gracias a todos, nos vemos en 2019

Así que ahora; a disfrutar de lo logrado, a descansar y en el 2019 nos vemos!!!!